martes, 30 de enero de 2018

La era Trump desafía al movimiento proinmigrante a reinventarse.


por José Cárdenas

Donald Trump cumplió su primer año en la Casa Blanca con el gobierno colapsado y el motivo fue la inmigración. El presidente Trump propuso un trueque: que el Congreso le permita destinar mayores recursos a las medidas de seguridad en la frontera entre México y Estados Unidos como condición para mantener la protección contra la deportación para 800.000 personas que llegaron al país siendo niños. Millones de dólares en control fronterizo a cambio de los dreamers.

La inmigración ha estado en el centro del discurso político de Trump; en buena medida lo ayudó a llegar a la presidencia. Su campaña electoral fue un atado de promesas aislacionistas y xenófobas: construir un muro, renegociar el TLCAN, expulsar a ciertos migrantes. En suma, mantener al margen a los “países de mierda”. En menos de cien días de gobierno trató de imponer un veto de viaje a siete países de mayoría musulmana. En los siguientes 200 días anunció que no se renovará el Estatus de Protección Temporal (TPS) a los haitianos, nicaragüenses y salvadoreños y no ha dejado de amenazar la protección a los dreamers, su moneda de cambio favorita. Este ha sido el primer año de Trump.

Las elecciones legislativas de 2018 en Estados Unidos son una coyuntura ideal para que el movimiento proinmigrante se renueve y se convierta en un actor político de la sociedad estadounidense, sumándose a los otros grupos activistas que tienen redes de mayor alcance en Washington.

La era Trump ha hecho más visible que nunca la vulnerabilidad de los migrantes y, por tanto, también ha hecho más relevante al movimiento proinmigrante. Pero para hacer más efectiva esa relevancia, las organizaciones que trabajan por los derechos de los inmigrantes deben recalibrar las estrategias que han desarrollado en los últimos treinta años —desde la amnistía de 1986, cuando ocurrió la última regularización migratoria— y establecer nuevas alianzas que ayuden a proyectar aún más el alcance de su mensaje.

La parte más joven del movimiento proinmigrante, los chicos dreamers, son un buen ejemplo para las organizaciones veteranas en este campo. Con un diálogo que rebasa la agenda migratoria y gracias a una madurez política adquirida a base de ensayo y error, estos jóvenes han construido redes nacionales con representación étnica, racial y religiosa. Han creado intersecciones con otros movimientos, como el LGBT —acuñando el término undocuqueers— o la población indocumentada de raza negra —el movimiento undocublack—, y en ocasiones se suman a manifestaciones colectivas como #MeToo y Black Lives Matter. Los dreamers se asumen como parte de la sociedad estadounidense en un sentido amplio, más allá de su condición de inmigrantes. Esta es su principal diferencia con el resto del movimiento.

En las últimas décadas los grupos que impulsan la agenda migratoria y los espacios de representación para esta comunidad han adquirido visibilidad mediática y mayor presencia en Washington. Gracias al trabajo de organizaciones como NALEO, que agrupa a latinos en cargos de elección popular, los funcionarios latinos electos que había en Estados Unidos aumentaron de 3063 en 1984 a 4651 en 2004 y a cerca de 6100 en 2014. El voto latino creció casi 50 por ciento entre 2004 y 2012, y hoy los materiales electorales en idiomas diferentes al inglés se distribuyen en un área que incluye a 68 millones de votantes, más del 30 por ciento de los estadounidenses en edad de votar.

Estos avances, sin embargo, no han sido suficientes para lograr algún tipo de regularización migratoria. No solo eso: en los últimos años, el número de personas en centros de detención de inmigrantes operados por empresas privadas y el número de deportaciones ha aumentado, al alcanzar su máximo histórico durante el gobierno de Obama. El movimiento proinmigrante ha obtenido algunas victorias a nivel estatal y local para frenar medidas de persecución, pero ha recibido reveses duros —como la cancelación del TPS— y no ha conseguido apoyo en el Congreso para lograr una solución incluyente y justa en materia de inmigración.

Trump ya no es el desconocido de hace un año. La lección de estos doce meses es que en Estados Unidos no solo están en peligro los derechos de los inmigrantes, sino los derechos civiles. El más reciente reporte anual de Human Rights Watch establece que las políticas del actual gobierno han afectado a refugiados e inmigrantes y han significado un retroceso en los derechos de las mujeres, la comunidad LGBT, la libertad de prensa y la rendición de cuentas. Mientras todo esto ocurre, el activismo proinmigrante más experimentado continúa empujando la misma agenda que hace treinta años, centrada en cabildear una reforma migratoria integral o en al menos conseguir medidas paliativas para evitar las deportaciones y la separación de familias.

Los veteranos del movimiento proinmigrante deben seguir los pasos de los jóvenes dreamers, estableciendo alianzas con otros sectores de la sociedad, compartiendo información y sumando agendas. Más del 70 por ciento de los estadounidenses apoya algún tipo de regularización para los dreamers, pero no para el resto de los inmigrantes. La razón suele ser la falta de conocimiento de las leyes de inmigración y de la comunidad inmigrante: la creencia de que inmigración equivale a ilegalidad (aunque solo una cuarta parte de los inmigrantes son indocumentados); que cualquiera puede recibir una visa o un permiso de trabajo para venir de otro país a Estados Unidos o que los inmigrantes no pagan impuestos.

Crear estrategias de información y desmitificación entre las comunidades que tradicionalmente no hacen cabildeo por los inmigrantes, pero que tienen capacidad de negociar y tener una influencia política, puede ser un buen inicio. Organizar eventos en California, un estado demócrata y proinmigrante, da visibilidad, pero no aumenta la base política. Este año de elecciones legislativas ofrece la oportunidad de llegar a los votantes moderados, abiertos a escuchar, que votan en los estados reñidos en esta elección. Al menos 34 congresistas republicanos y 14 demócratas no buscarán la reelección en 2018, lo que representa una oportunidad para establecer relaciones con nuevos actores y con los grupos políticos y activistas que los impulsan.

La estrategia de información también debe incluir a los medios de comunicación que tradicionalmente no cubrían el tema de inmigración, pero que empiezan a hacerlo a partir de la llegada de Trump a la presidencia. Compartir con sus reporteros y editores los principios básicos del complejo sistema de inmigración es parte importante del impulso a la agenda proinmigrante.

Si las organizaciones activistas que conforman este movimiento no logran ampliar su rango de influencia para convertirse en un actor político de la sociedad estadounidense, y no solo de un sector de ella, poco será su poder de negociación en la renovación del Congreso, un parteaguas para lo que resta de la era Trump.

Fuente: NYTimes

lunes, 29 de enero de 2018

"Los que son de otros lugares quieren desaparecernos"


Foto: Captura video RPP
Luis Tayori Kendero, líder indígena del pueblo Arakbut, originario de la actual región Madre de Dios, brindó –al lado de Yesica Patiachi– un emotivo discurso que conmovió a los asistentes y al papa Francisco. Sus palabras sintetizaban la alarmante realidad de la Amazonia y los permanentes atropellos que enfrentan los pueblos originarios.
"Hemos vivido desde tiempos remotos, nuestra herencia ancestral es nuestra lengua, a pesar de eso tenemos miedo, los que son de otros lugares quieren desaparecernos", inició el mensaje al Papa el líder indígena harakbut el 19 de enero en el coliseo Puerto Maldonado.
Continuó esta vez para hacer sentir la agresión al bosque "Estamos preocupados porque la tierra se está malogrando, porque los animales se están reduciendo y los árboles desapareciendo, los peces van muriendo, el agua dulce se va agotando por las consecuencias del cambio climático", fueron palabras de alerta, de llamado urgente, que hizo conocer al mundo la penosa realidad de la Amazonia.
La contaminación de los ríos como efecto de la minería ilegal, la deforestación permanente por los taladores ilegales y la colonización de tierras para cultivos industriales, está haciendo cada día difícil conseguir alimentos a los habitantes de los pueblos originarios.
Por eso Luis Tayori resalta en el mensaje "Si no tenemos alimento, moriremos de hambre", es una frase de emergencia, de urgente atención. Si acaban con los peces o con el resto de la fauna, simplemente se agrava la realidad para los pueblos originarios, muchos de estos en peligro de extinción.
Termina Luis Tayori el mensaje diciendo: "El pueblo Arakbut junto con los demás pueblos de la amazonía les queremos decir a ustedes: Todos cuidemos y protejamos nuestra tierra para vivir en armonía". 
A continuación un vídeo editado por RPP.

Fuente: Servindi

domingo, 28 de enero de 2018

La Iglesia que se acaba …



Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Antonio Aradillas, a sus ochenta y muchos años, ha presentado su libro nº 90, ¡sí!, están leyendo bien, con el sugerente y no poco provocador título de “La Iglesia que se acaba”, lo que no quiere decir, como él mismo explica, que la Iglesia se acabe, sino que “esta Iglesia, con la estructura, la organización, y la mentalidad actual”, está llamada a terminar, y lo deseable es que sea más pronto que tarde. Antonio es un viejo y aguerrido periodista, que ha desarrollado siempre un periodismo que podemos denominar perfectamente “periodismo de denuncia profética”, que lo llevó a ser perseguido y condenado varias veces por la Jerarquía eclesiástica.

Denunció temas tan delicados y explosivos como los procedimientos censurables de los tribunales eclesiásticos, sobre todo en temas de declaración de nulidades matrimoniales, la pederastia, el secretismo a las secularizaciones presbiterales, y otras muchas actuaciones curiales, de los dos niveles, la vaticana y las diocesanas. Eso le valió, a poco de comenzar la transición democrática en España, ña “suspensión a divinis”, que consiste en prohibir a un cura todo ejercicio pastoral y sacramental. Nunca se dejó arredrar, y la mejor prueba es la presentación, ayer, de este su nonagésimo libro presentado en Madrid. Critica en la Iglesia muchas cosas concretas y particulares

Pero si intentáramos resumir en puntos más generales su denuncia, yo señalaría dos temas, que abarcan mucho campo, y que son causas profundas de los desvíos múltiples que en que cae después la comunidad eclesial. Estos temas son: la falta de democracia, en la Iglesia, y la torpeza, o la falta de atención, de interés o de reconocer la importancia , de “la adaptación a los tiempos”, el famoso eslogan del Vaticano II, clamando sobre la importancia de leer y respetar “los signos de los tiempos”. Se refiere a ambos fallos con frases y palabras claras y significativas, como “En la Iglesia no se puede decir más que amén, tanto el cura como los feligreses”, en lo referente a la Democracia. Y en cuanto a la acomodación y adaptación a los cambios y signos de los tiempos, estas bellas y profundas palabras, Los tiempos, para Aradillas, son “palabras de Dios”. Y no interpretarlos adecuadamente, ni adaptarse con inteligencia a ellos dificultará la misión evangelizadora a la que se debe de lleno la Iglesia.

1º) Se oye con frecuencia que la Iglesia no es una Democracia, pero no se escucha que tampoco debe de ser una tiranía, y un despotismo ideológico, moral, filosófico y teológico. La Iglesia tiene, y debe de respetar, una guía segura e indeleble: el Evangelio, las palabras y los hechos de Jesús, y el proceder de la Iglesia primitiva, que es, siempre nos lo han repetido en los seminarios y facultades de Teología, un “paradigma perpetuo”, un ejemplo perdurable para todos los tiempos y épocas de la Iglesia. Y eso no querrá decir que no haya que estar atentos al devenir de la Historia, y al respeto debido a sus transformaciones profundas e inacabables. Y pone un ejemplo bien pintoresco, que nos hace reír, pero que acaba provocando un tremendo fracaso en la credibilidad de la Iglesia, sobre todo jerárquica. La Iglesia que se acaba es la de la inexistencia de un régimen democrático tanto en la Iglesia-institución como en la Iglesia-Estado; “la de las tiaras, báculos, solideos, capas magnas con brocados y cucullos, con báculo y muceta, coronados con la mitra, el símbolo de los generalísimos persas y de los sumos sacerdotes”; la de la “infalibilidad pontificia” (ya relativizada por el Papa Francisco); “la de vivir ajenos al pueblo en palacios obispales; la de situar aun en mantillas la teología del laicado, impidiendo además -lo que el autor califica de aberrante- el acceso pleno de la mujer a la Iglesia; la de olvidar que la doctrina de la Iglesia debe interpretarse a la luz del evangelio, no del código de derecho canónico”

Aunque la Iglesia no sea, formalmente, una democracia, con votaciones periódicas, etc., esto no quiere decir que no se puedan aprovechar, con magnífico resultado, instrumentos que el estilo democrático nos proporciona. Esto ya se hizo en muchos momentos de la Historia de nuestra Iglesia, como vemos en la Iglesia primitiva, en a libertad con a que se expresaban en el “Concilio de Jerusalén”, en la claridad y transparencia con la que actuaban, como apreciamos en los “Hechos de los Apóstoles”, y en la sinceridad y amor a la verdad, abandonando secretismos y penumbras sombrías, a la hora de contar. El autor de los Hechos nos oculta que hubo “violentas discusiones”, y los Evangelios no esconden el terrible reproche se Jesús a Pedro, -¡apártate de mí, Satanás!, porque no opinas según el Espíritu, sino según la carne”-, ante el escándalo y el rechazo de Simón al anuncio de la Pasión del Señor. Como no ocultan ni la traición de Pedro, ni la persecución de Pablo, en actitudes profunda y eminentemente democráticas, porque la Democracia no es solo votar, (como muy bien le recordó ayer una politóloga danesa a Puigdemont), sino en la igualdad de trato a todos os miembros de la Comunidad, sin ser considerados algunos de ellos, en nuestro caso los laicos y el clero bajo, incapaces de saber, y comentar, ciertos secretos ¡¡¡importantísimos!!!, para los que solo están preparados los altos jerarcas. Y así surgen las redes auto protegidas de pederastia, de abusos de poder, y de desmanes antievangélicos.

Además es curioso observar que la rotunda, e irreversible, negación de loa comportamientos democráticos en la Iglesia ha quedado en exclusiva en lo referente a la composición, actuación, debates, coloquios, y discusiones de la alta Jerarquía, vaticana y diocesana. Algo que “al principio no era así”. Y que, por cierto, tampoco han abandonado por entero, sin más bien muy poco, las órdenes u congregaciones religiosas. Es maravilloso comprobar como las carmelitas eligen los principales cargos del convento, en voto secreto de todas las religiosas, también las antiguas legas, figura que le Concilio hizo desaparecer, o como los dominicos tienen el mismo procedimiento con una reiteración prevista por su Regla, como en general sucede en todas las familias religiosas. Sería muy útil, bello y productivo que la Jerarquía propiamente clerical, que no existió, como tal, y como ahora la conocemos, en los tres primeros siglos, imitase, humildemente, los procedimientos democráticos de los monjes, frailes, y religiosos.

(Sólo he podido, por no extenderme mucho, tratar el tema 1º, sobre la carencia democrática. Mañana, o un día de éstos, trataré el 2º tema, sobre el respeto a los signos de los tiempos).

viernes, 26 de enero de 2018

Desigualdad global 2018.



En notas anteriores hemos presentado estadísticas acerca de la creciente desigualdad de riquezas e ingresos (por ejemplo aquí). Dijimos también que la concentración de la riqueza en manos de los capitalistas, o la polarización social creciente, es inherente a la acumulación del capital (la transformación de la plusvalía en capital, para generar más capital). Por un lado, porque una parte de la población permanece en la indigencia, en tanto se desarrollan las fuerzas productivas y la acumulación del capital. 

Pero por otra parte, incluso cuando la clase obrera mejora sus ingresos en términos absolutos, en términos relativos puede permanecer en la misma pobreza. Este fenómeno, que es pasado por alto por los economistas y sociólogos burgueses, fue enfatizado por Marx en varios pasajes de su obra. Por ejemplo, en El Capital explica que si la clase obrera sigue siendo “pobre”, pero menos pobre en la proporción en que produce el aumento de la riqueza, “ello significa que en términos relativos es tan pobre como antes”. Y agrega: “Si los extremos de la pobreza no se han reducido, han aumentado, ya que lo han hecho los extremos de la riqueza” (pp. 813-4, t. 1, edición Siglo XXI). Y para mostrar empíricamente este fenómeno, presentó estadísticas de cómo evolucionaban en la Inglaterra del siglo XIX las ganancias gravables, en comparación con el consumo de la clase obrera (cap. 23, t. 1). 


Pues bien, todo indica que en los últimos 30 años, acompañando a la globalización del capital, la tendencia al aumento de la polarización social operó en prácticamente todos los países. En este respecto, es ilustrativo el informe World Inequality Report 2018 (http://wir2018.wid.world/). El mismo se basa, en buena medida, en “The Elephant Curve of Global Inequality and Growth,” de Facundo Alvaredo, Lucas Chancel, Thomas Piketty, Emmanuel Saez, and Gabriel Zucman, 2017, WID.world Working Paper Series (No. 2017/20). En lo que sigue presento, de manera resumida, algunos de sus resultados. 


1980-2016, aumento de la desigualdad global 


El principal resultado del WIR 2018 es que desde 1980 la desigualdad global aumentó rápidamente en América del Norte y Asia, creció moderadamente en Europa y se estabilizó a un nivel extremadamente alto en Medio Oriente, África Subsahariana, Brasil y en alguna manera América Latina de conjunto. Así, en Europa el 10% más rico de la población incrementó su participación en el ingreso hasta llegar, en 2016, al 35-40%. En América del Norte, China, India y Rusia, el aumento fue más pronunciado: en todas estas regiones el 10% más rico alcanzó, también en 2016, al 45-50% del ingreso. Por otra parte, es cierto que la mitad más pobre de la población global ha visto aumentar significativamente su ingreso gracias al alto crecimiento de Asia. Este es un punto que resaltan los apologistas de la globalización del capital, en contraposición a la tesis marxista de la polarización social. Sin embargo, según el WIR 2018, desde 1980 el 0,1% de la población adulta mundial de mayores ingresos captó tanto de ese crecimiento como la mitad más baja de la población adulta mundial. A su vez, el crecimiento del ingreso ha sido muy débil o incluso nulo para los individuos que están entre el 50% más bajo y el 1% más rico. Esto incluye los grupos de ingresos más bajos y medios de América del Norte y Europa. Si se hace el cálculo tomando los tipos de cambio corrientes, el 10% más rico tiene el 60% del ingreso; cuando se hace el cálculo con tipos de cambio a paridad de poder de compra, la proporción es el 53% del ingreso. 


Entre 1980 y 2016 el 10% más rico de la población mundial se quedó con el 57% del crecimiento del ingreso; el 1% más rico con el 27%. En cambio el 50% más pobre con solo el 12% del incremento; y el 40% del medio con el 31%. Las desigualdades en la captura de la mejora del ingreso pueden verse con claridad en el siguiente cuadro. 


Porcentaje del crecimiento global del ingreso capturado por grupos de ingresos, 1980-2016 




En el siguiente cuadro puede verse la participación en el ingreso del 10% más rico, según países y regiones. 




El WIR 2018 observa que “los modelos estándar de comercio fracasan en explicar estas dinámicas, en particular el aumento de la desigualdad en la parte más alta y dentro de los países emergentes”. Sin embargo, y como planteamos en la introducción de esta nota (y en notas anteriores; por ejemplo, en crítica al libro de Piketty, aquí y siguientes), esta dinámica puede ser explicada por la teoría marxista de la acumulación, y la incidencia de la lucha de clases. Entre los factores a tener en cuenta, la caída de los regímenes del llamado “socialismo real” -el estancamiento económico de la URSS, China y otros regímenes burocrático stalinistas iba de la mano de una desigualdad económica menor a la existente en el capitalismo-; el retroceso de los sindicatos, en especial en los países centrales; la presión de las tecnologías que desplazan mano de obra; y la movilidad globalizada de las inversiones y el comercio, que le otorga al capital un poder de chantaje permanente sobre la clase obrera. 


Todo ello ayudaría entonces a explicar por qué y cómo se produjo, en los últimos 35 o 40 años, un retroceso global de la participación del trabajo. En una nota del New York Times (reproducida en La Nación, 28/12/2017), titulada “El trabajo alcanza, pero los sueldos no”, Peter Goodman y Jonathan Soble señalan que hay una tendencia al estancamiento de los salarios, a pesar de la baja del desempleo, y que se trata de “un nuevo orden económico en el que los trabajadores están a merced de los patrones”. Y agregan: “Los sindicatos han perdido influencia. Las empresas utilizan empleados temporales y de medio tiempo, además de introducir robots y otros sistemas de automatización que les permiten producir más sin tener que pagar más a los seres humanos. La globalización ha intensificado las presiones competitivas….”. 


En definitiva, estamos muy lejos del mundo que imaginaba Keynes, de reducción de las diferencias sociales y de la “eutanasia del rentista”. Aunque no se trata de un “nuevo orden económico”, sino de la esencia misma del modo de producción capitalista: la mundialización del capital y la exacerbación de las presiones competitivas; el cambio tecnológico que ahorra mano de obra; la sed incesante de plusvalía, son sistémicas. Fenómenos todos que encajan en las explicaciones que derivan de la teoría marxista del valor y la plusvalía. ¿Será por eso que los economistas y estudiosos sociales ad usum sostienen que la teoría de Marx está obsoleta? 



Profesor de economía en la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

Fuente: 
https://rolandoastarita.blog/2018/01/15/desigualdad-global-2018/

jueves, 25 de enero de 2018

El lenguaje religioso: desmitologización y cambio cultural.


Andrés TORRES QUEIRUGA

Publicado originalmente en gallego en «Encrucillada» 198(mayo-junio 2016) 245-256.
Traducción al castellano de Koinonía, publicado en febrero de 2017.

En un artículo anterior traté el tema del lenguaje religioso atendiendo sobre todo a los problemas planteados por lo que Richard Rorty bautizó como “giro lingüístico” del pensamiento moderno[1]. Aquí lo doy por supuesto y tataré de tocar dos temas complementarios: el suscitado por el programa de la desmitologización defendido por el escriturista protestante Rudolf Bultmann, y el más hondo y englobante que nace de la magnitud del cambio causado por la entrada de la Modernidad[2].


1. La alerta de la “desmitologización”

1.1 La necesidad del cambio

"No se puede usar la luz eléctrica y el aparato de radio, o echar mano de modernos medios clínicos y médicos cuando estamos enfermos, y al mismo tiempo creer en el mundo de espíritus y milagros del Nuevo Testamento"[3].

Esta frase, que impresiona por su contundencia, no fue escrita ayer por uno de los nuevos ateos, sino hace ya bastantes años, el año 48 del siglo pasado, por uno de los grandes exégetas cristianos, el alemán Rudolf Bultmann. Y no la escribió para atacar a la fe cristiana, sino para defender su vigencia, aunque que, eso sí, llamando a la necesaria y urgente actualización en el modo de comprenderla y anunciarla. Fue lo que él chamó el problema de la “desmitologización”. No hace falta estar de acuerdo en todo con él, demasiado influido por un fuerte radicalismo exegético y por un claro reduccionismo teológico (muy marcado por el concepto de “autenticidad” en la filosofía de Heidegger) para comprender la seriedad del desafío y la justicia de su llamada de atención.

En el agudo y profundo prólogo a la traducción francesa de su pequeño e influyente libro sobre Jesús, Paul Ricoeur señaló bien sus límites, pero también sus méritos irrenunciables[4]. Hace una distinción, tan obvia como fundamental, entre dos niveles. Cuando su lectura invade los dominios de la ciencia, confiriendo valor de solución científica a la cosmología primitiva de la cultura bíblica –la “concepción de un mundo estratificado en tres pisos: cielo, tierra, infierno, poblado de poderes sobrenaturales que descienden aquí abajo desde allá arriba”–, el mito debe ser “pura e simplemente eliminado” (383). Pero el mito es “algo distinto de una explicación del mundo, de la historia y del destino; expresa, en términos de mundo, o más bien de ultra-mundo o segundo mundo, la comprensión que el ser humano hace de sí mismo en relación con el fundamento y con el límite de su existencia”[5]. Por eso, ante el mito, de lo que verdaderamente debe tratarse es de interpretar su intención genuina, eliminando las explicaciones objectivantes, y buscando en cambio lo que revela acerca del sentido último de la existencia.

Confrontados pues con la envoltura mítica en la que en ocasiones viene presentado el mensaje del Nuevo Testamento, es necesario tomar muy en serio la necesidad de una traducción que vaya al fondo de lo que allí se nos revela. Nada sería más opuesto a esto que una banalización que, sin estudio serio ni meditación profunda, se quedase en un barniz superficial. Ya sea despreciando todo y tirando el niño con el agua sucia de la bañera, o ya sea con una acomodación puramente formal, pudiendo llegar al ridículo de una anécdota que ya he contado: en cierta ocasión oí por casualidad a un locutor radiofónico que, pretendiendo “modernizar” el mensaje de la Ascensión, tuvo la brillante ocurrencia de describir a Cristo como “el divino astronauta”.



1.2 La seriedad del desafío

Ante expresiones como ésa, cuando se supera una cierta e irremediable sensación de ridículo, surge enseguida la sospecha de estar ante un problema muy grave. El ejemplo muestra, en efecto, cómo la urgencia de la reinterpretación en la comprensión y expresión de la fe enlaza con el enorme cambio cultural que desde la entrada de la Modernidad ha sacudido las raíces más hondas del pensamiento y de la expresión de la experiencia cristiana.

Porque resulta evidente que la descripción neotestamentaria no encaja en la nueva visión de un mundo que no tiene ya un arriba ni un abajo, que no se divide en lo terrenal (imperfecto, mutable y corrupto) como opuesto a lo supralunar o celestial (impoluto, circular, perfecto y divino). Por eso, tentar, como en la anécdota, forzar el encaje mediante un superficial ajuste lingüístico, lleva al absurdo; y, lo que es peor, confirma la acusación, tan extendida, de que la religión pertenece irremediablemente a una mitología pasada.

Y, una vez alertados, basta una simple mirada para comprender que no se trata de un caso aislado, sino que el problema afecta profundamente al marco mismo de las formulaciones en que se expresan las grandes verdades de nuestra fe. ¿Quién, a la vista de los datos proporcionados por la historia humana y la evolución biológica, es capaz de pensar hoy el comienzo de la humanidad a partir de una pareja perfecta, en un paraíso sin fieras y sin hambre, sin enfermedades y sin muerte? Más grave aún: ¿quién, siendo incapaz, como toda persona normal, de golpear a un niño para castigar una ofensa de su padre, puede creer en un “dios” que sería capaz de castigar durante milenios a miles de millones de hombres y mujeres, sólo porque sus “primeros padres” lo desobedecieron comiéndose una fruta prohibida?

Esto puede parecer una caricatura, y lo es en realidad; pero todos sabemos que fantasmas iguales o parecidos habitan de manera muy eficaz el imaginario religioso de nuestra cultura. Y la enumeración podría continuar, en asuntos, si cabe, más graves. Así, por ejemplo, se sigue hablando con demasiada facilidad de un “dios” que castigaría por toda una eternidad y con tormentos infinitos culpas de seres tan pequeños y frágiles como, en definitiva, somos todos los humanos. O que exigió la muerte de su Hijo para perdonar nuestros pecados; y grandes teólogos, desde Karl Barth a Jürgen Moltmann y Hans Urs von Balthasar, no se recatan de hacer afirmaciones que recuerdan demasiado aquellas teologías y aquella predicación que hablaban de la cruz como el castigo con el que Deus descargó sobre Jesús su “ira” hacia nosotros[6] ...

Bien sabemos que bajo estas expresiones palpita una honda experiencia religiosa, y que, incluso, con esfuerzo y buena voluntad, resulta posible llegar a entenderlas de una manera más o menos correcta. Pero sería pastoral y teológicamente suicida no ver que el mensaje que de verdad llega a la gente normal es el sugerido por el significado directo de esas expresiones, puesto que las palabras significan dentro del contexto cultural en el que son pronunciadas y recibidas.

De otro modo, se incurre en lo que alguien llamó con acierto una “traición semántica”[7], que acaba haciendo inútil y aun contradictorio el recurso a procedimientos hermenéuticos, artificios oratorios o refinamientos teológicos, para lograr una significatividad actual, pretendiendo al mismo tiempo conservar palabras y expresiones que son deudoras del contexto anterior. Como en esos diques cuya estructura ha cedido ya a la presión de la riada, los muros de contención y los remedios provisionales son incapaces de contener la hemorragia de sentido provocada por las numerosas y crecientes rupturas del contexto tradicional. O se renueva la estructura, o el resultado sólo puede ser el desbordamiento y la catástrofe.

Como queda dicho, sería lamentable que, por culpa de ciertas exageraciones por parte de Bultmann y de ciertos alambicamientos teológicos de muchos críticos, se descuidase su grito de alerta. Piénsese que, por mucho que lo diga el libro de Josué, ninguno de nosotros es capaz de creer que el sol se mueve alrededor de la tierra; y si a nuestro lado alguien se cae al suelo por un ataque epiléptico, no podemos creer que la causa fue un demonio, aunque que así se pensase en tiempo de Jesús, o, mejor, aunque así lo diese culturalmente por supuesto el mismo Jesús.

Afirmar esto no implica de ningún modo negar el contenido religioso ni el valor simbólico (Bultmann hablaba de “significado existencial”) de esas narraciones. Lo que se cuestiona no es el significado, sino la aptitud de aquellas expresiones para vehicularlo en el nuevo contexto.

Digámoslo con un ejemplo concreto: la creación del ser humano en el capítulo 2º del Génesis sigue conservando todo su valor religioso y toda su fuerza existencial para una lectura que trate de ver ahí la relación única, íntima y amorosa de Dios con el hombre y la mujer, a diferencia de la que mantiene con las demás criaturas. Pero para verlo así, resulta indispensable traspasar la letra de las expresiones. Por el contrario, si nos mantenemos en querer leer en esos textos, de evidente carácter mítico, una explicación científica del funcionamiento real del proceso evolutivo de la vida, todo se convierte en un puro disparate[8]. De hecho, sabemos muy bien que durante casi un siglo, en este caso concreto, la fidelidad a la letra se convirtió en una terrible fábrica de ateísmo, haciendo verdad la advertencia paulina de que “la letra mata, mientras que el Espíritu vivifica” (2 Cor 3,6).



2. La Modernidad como cambio de paradigma cultural

Pero reducir el problema a la desmitologización sería minimizarlo, porque su necesidad se enmarca en el proceso más amplio y profundo de cambio de paradigma cultural, que, afectando al conjunto de la cultura, modifica profundamente la función del lenguaje. Resulta obvio que eso lleva consigo la urgencia de una remodelación y una retraducción del conjunto de conceptos y expresiones en que culturalmente se encarna la fe.



2.1 La hondura y la transcendencia de la mutación cultural

La afirmación es grave y comprometida. No cabe desconocer que tomarla en serio implica para el cristianismo una reconfiguración profunda –muchas veces incómoda e incluso dolorosa– de los hábitos mentales, de los usos lingüísticos y de las pautas piadosas. Basta pensar en un dato simple y evidente: la inmensa mayoría de los conceptos y buena parte de las expresiones en que nos llegó verbalizada la fe –en la piedad y en liturgia, en la predicación y en la teología– pertenecen al contexto cultural anterior a la Ilustración. Tienen por tanto sus raíces vitales en el mundo bíblico, fueron reconfiguradas culturalmente durante los cinco o seis primeros siglos de nuestra era, y recibieron su formulación más estable a lo largo de la Edad Media. Posteriormente hubo, desde luego, actualizaciones; pero –sobre todo en el catolicismo, por su mayor control magisterial– tuvieron por lo general un marcado carácter restauracionista (neo-escolástica barroca y decimonónica, neo-tomismo y reacción antimodernista).

La situación se agravó más todavía por el hecho de que el cambio moderno no se produjo en la evolución pacífica de un avance lineal, sino como una transición violenta. La caída de la cosmovisión antigua produjo a muchos la sensación de haber sido engañados, de que era preciso reconstruirlo todo de nuevo. Las reacciones fueron sin duda excesivas muchas veces; pero marcaban una tarea ineludible: la cultura, y por lo mismo la religión, en la medida en que era solidaria con ella, no podían seguir hablando el mismo lenguaje. No era posible continuar ni con la lectura literalista de la Biblia ni con la concepción ahistórica del dogma.

Para la teología, la tarea parecía inmensa, y no pueden extrañar las reacciones defensivas y el estilo mayoritariamente restauracionista. El resultado fue un claro atraso histórico, que agrava la situación. Por suerte, el Vaticano II, al proclamar la urgencia del aggiornamento, reconoció la necesidad de la renovación y abrió oficialmente las puertas para ponerla en marcha. Aun así, el peso de las dificultades se hizo sentir, y el miedo a lo nuevo frenó muchas iniciativas. Por fortuna, aunque a corto o medio plazo no cabe todavía esperar soluciones suficientemente satisfactorias, el nuevo pontificado de Francisco, retoma con vigor evangélico la fecunda sementera del Concilio. Si hasta entonces poco se hablaba de invierno eclesial, todo indica que, como en las higueras evangélicas, se anuncia una nueva primavera.



2.2 La posibilidad de cambio

Por eso hoy estaría fuera de lugar una actitud resignada y pesimista. Cuando con cierta perspectiva se piensa en los profundos cambios ocurridos sobre todo a partir del Concilio, si se está atento a los procesos de fondo que se van dando en la vida eclesial y se palpa la acogida cordial y llena de ilusionada esperanza suscitada por el nuevo papa, no resulta difícil percibir avances muy importantes. Queda mucho por hacer, ciertamente, pero la percepción profunda de esta mutación fundamental y la necesidad de continuarla constituyen ya una fuerte presencia en el ambiente general.

Las resistencias son fuertes, incluso por parte de personalidades eclesiásticas, que deberían ser las primeras en apuntarse a la renovación. Pero la misma extrañeza que produce su inconsecuencia –tan rígida y fiel al magisterio papal cuando todo parecía discurrir conforme a su ideología religiosa– y, por otro lado, la movilización eclesial que se está generando en los ambientes más sanos del cristianismo, muestran que esas resistencias perdieron protagonismo y tienen en contra el viento del Espíritu. También en este caso se realiza el principio enunciado por Hölderlin de que “donde aparece el peligro, allí crece igualmente la salvación”. Por dos razones fundamentales: porque la percepción del desajuste obliga a la claridad, y porque la nueva situación trae consigo posibilidades específicas, sólo desde ella perceptibles y realizables.

La magnitud del cambio, en efecto, permite ver mejor la estructura del problema: justamente la mutación cultural que nos impide tomar a la letra el relato de la Ascensión es la misma que nos permite liberar de su esclavitud literal el significado permanente de su significado profundo. La imposibilidad de ver el relato como una ascensión material nos deja en libertad para buscar su intención auténticamente religiosa.

Operación no fácil ni sencilla, ciertamente, puesto que entre la forma y el contenido no se trata de una relación extrínseca, ni siquiera como la que se da entre el cuerpo y el vestido. El significado no existe nunca desnudo, “en estado puro”, sino que está siempre traducido en una forma concreta: no leer la Ascensión como un subir en la atmósfera, significa necesariamente estar leyéndola ya en el marco de otra interpretación. Con todo, resulta posible la distinción, y resulta muy importante comprenderlo y afirmarlo, pues únicamente desde ahí nace la legitimidad del cambio y la libertad para emprenderlo.

Vale la pena aclararlo con un ejemplo, tomando como referente el agua y su figura (no su fórmula), en lugar del cuerpo y su vestido. No existe nunca la posibilidad de tener la figura del agua “en estado puro”: siempre tendrá la forma del recipiente –vaso o botella, jarra o palangana– que la contenga. Si no nos gusta una figura, podemos cambiarla, pero sólo a condición de substituirla por otra: la que impone el nuevo recipiente. Con todo, distinguimos bien entre el agua y sus figuras; y comprendemos que se puede cambiar de recipiente, sin que por eso deba cambiar la identidad del agua. Desde luego, en todo transvasamiento existe siempre el peligro de pérdidas y derrames; pero, si no queremos que el agua se estanque y se corrompa, la alternativa no está en conservarla siempre en el mismo sitio, sino en cuidar que el traslado resulte íntegro, sin disminución del contenido.

Con las limitaciones de todo ejemplo, algo parecido sucede con la fe y sus expresiones. La fe no existe nunca en estado puro, sino siempre en el seno de una interpretación determinada. Pero si ha de vivir en la historia, no puede quedar estancada en un tiempo determinado, sino que debe atravesarlos todos, adaptándose a sus necesidades y aprovechando sus posibilidades. Lo cual implica a la vez libertad y modestia. Modestia, porque parece claro que ninguna época puede pretender que su interpretación es única o definitiva, ni siquiera la mejor: nuestras actualizaciones son siempre provisionales. Pero libertad también, porque, precisamente por eso, toda época tiene derecho a su interpretación. Justamente porque la fe quiere ser “agua viva”, la manera de conservarla no es represarla en un depósito muerto, sino construir –con afecto y respeto, para que nada se pierda, pero también con valentía y creatividad, para que no se estanque ni corrompa– cauces siempre nuevos por los que fluya adelante, fecundando los tiempos y las culturas.



2.3 Los caminos del cambio

Esto es tan serio, que rompe de por sí la sacralización de cualquier configuración expresiva de la fe, incluida la primera, no digamos la medieval. Ni siquiera en la Escritura está la experiencia cristiana en estado puro, sino traducida ya a los esquemas culturales de su tiempo y a las “teologías” de los diversos autores o comunidades: el mismo Jesús hablaba y pensaba dentro de su marco temporal, que no es ni puede ser el nuestro. De hecho, la inevitabilidad de este hecho se hizo notar, de manera francamente impresionante, ya en los mismos orígenes. Porque, cuando se piensa un poco, no resulta difícil comprender la magnitud de la transformación que supuso traducir no sólo a la lengua, seno también a la cultura griega, cargada de intelectualismo filosófico, el mensaje evangélico, formulado en arameo y nacido en una mentalidad simbólica y decididamente funcional.

En la actualidad, la revolución exegética, rompiendo la prisión fundamentalista del literalismo bíblico y la renovación patrística, haciendo ver la historicidad del dogma y el amplio margen de legítimo pluralismo teológico”, puso al descubierto de manera irreversible la apertura intrínseca de la comprensión de la fe. Lo cierto es que, a pesar de las hondas resistencias restauracionistas, se han abierto grandes posibilidades no sólo para la ruptura de esquemas obsoletos, sino también para la búsqueda de nuevas fórmulas y expresiones. La floración de la teología que siguió al Concilio, imprevisible y casi insoñable pocos antes, muestra que la fecundidad de la Palabra sigue viva, capaz de fecundar el futuro.

Inicialmente el cambio exigido por la nueva cultura no resultó, ni podía resultar, fácil. De hecho, provocó una de las crisis más graves en la historia del cristianismo. Afrontarla supuso, a pesar de las resistencias, molestias y represiones, un coraje de tal transcendencia, que Paul Tillich, siguiendo a Albert Schweitzer, llegó a afirmar que “quizás a lo largo de la historia humana ninguna otra religión tuvo la misma osadía ni asumió un riesgo parecido” [9]. Por eso nunca agradeceremos bastante el aire fresco que gracias a ello entró en la Iglesia. Y ningún agradecimiento mejor que el de continuar la empresa, tratando de llevarla a su plena consecuencia. Lo que en definitiva se nos pide, por estricta fidelidad al dinamismo de la fe, es trabajar en la búsqueda de una interpretación y de su correspondiente lenguaje, que rompiendo moldes culturales que ya no son los nuestros, hagan transparente el sentido originario para los hombres y mujeres de hoy.

La nueva situación no se limita a arrojar claridad sobre el problema, sino que ofrece también nuevas posibilidades para afrontarlo. La misma conciencia de la necesidad del cambio supone ya una ayuda enorme, porque convoca a la utilización de todos los recursos de la hermenéutica moderna. Por algo estamos en la “edad hermenéutica” de la teología[10], y no como recurso ocasional, sino por profunda convicción, puesto que la experiencia religiosa, precisamente por la dificultad que ofrece la transcendencia de sus referentes, pide profundizar al máximo el ejercicio de la interpretación. No es casualidad que Friedrich Schleiermacher esté en las raíces de la hermenéutica moderna; y, yendo más allá, Richard Schäffler indicó con razón que, ya desde los griegos, la religión constituye históricamente la matriz y el modelo de toda crítica[11] .

La nueva cultura no sólo ofrece el instrumento formal de la hermenéutica, como instrumento para la interpretación renovada de lo recibido. Ofrece igualmente algo acaso más importante: al abrir campos inéditos a la comprensión humana, amplía el espacio del intellectus fidei (la comprensión de la fe) y aumenta los recursos para expresarlo y hacerlo accesible a la sensibilidad actual.

Piénsese, por ejemplo, en las brechas que en la incomprensión ambiental del fenómeno religioso abrieron teologías como las de la esperanza, de la política y de la liberación, gracias a que supieron aprovechar los medios ofrecidos por el análisis social. Y en otro sentido, cabe valorar también el aporte que viene desde la ciencia psicológica; que muchas veces su entrada resulte conflictiva, como en el caso Jacques Pohier o en el de Eugen Drewermann, no invalida la constatación, sino que la confirma, pues indica que toca puntos sensibles y bien reales[12]. Desde aquí puede recibir ayudas fecundas y purificadoras un campo tan sensible e importante como el de la moral, que, cada vez más consciente de su autonomía, tiene delante de sí la urgente y delicada tarea de clarificar su verdadera relación con la teología; en definitiva, con la religión[13].

En general, es importante aprender a valorar cada vez más el hecho de que el auténtico progreso cultural, lejos de ser una amenaza para la fe, constituye un fuerte enriquecimiento. De hecho, la historia reciente muestra claramente que una alianza crítica con aquella parte de la cultura que busca lo verdaderamente humano (y por eso mismo, “divino”) fue siempre beneficiosa para las iglesias: piénsese, por ejemplo, en la tolerancia, la democracia o la justicia social.

En una palabra, si ante la cuestión estructural el lenguaje religioso ha de buscar su renovación acudiendo sobre todo a los hondos recursos de la tradición bíblica, del diálogo de las religiones y de la experiencia religiosa e incluso mística, en lo que respecta al desafío cultural son principalmente las ciencias humanas las que han de ser aprovechadas. Y no cabe duda de que una apertura generosa y una utilización al mismo tiempo crítica y valiente ofrece ricas posibilidades para ir afrontando la difícil pero irrenunciable tarea de la retraducción del cristianismo que postula nuestra situación cultural.



[1] De Flew a Kant: Empirismo e obxectivación na linguaxe relixiosa: Grial 30 (1992) 494-508.

[2] Con ligeras variantes y complementos, tomo el texto de mi libro Fin del cristianismo premoderno. Retos hacia un nuevo horizonte, Sal Terrae, Santander 2000, 70-78. (De este libro hay traducción portuguesa: Fim do cristianismo pré-moderno. Desafios para um novo horizonte, Ed. Paulus, São Paulo 2003, e italiana, algo aumentada, Quale futuro per la fede? Le sfide del nuovo orizzonte culturale, Elledici, Torino 2013).

[3] Neues Testament und Mythologie, en Kerygma und Mythos (hrsg. von H.W. Bartsch), Hamburg 1948, 18; cf. Zum Problem der Entmythologisierung, en Glauben und Verstehen IV, Tübingen 1967, 128-137.

[4] “Préface à Bultmann”, en Le conflit des interprétations, Paris 1969, 373-392.

[5] Cf. Ibid., 388-386.

[6] Ver, por ej., B. Forte, Jesús de Nazaret, historia de Deus, Madrid 1983, 255-268, que aporta muchos datos y que, por fortuna, a pesar de un discurso en el que de algún modo acepta esta visión horrible, sabe leer en la cruz el increíble amor de Deus. Esto último es sin duda lo que todos queren decir (¿cómo serían teólogos, si no?); pero el afán de conservar la letra de ciertos pasajes de la Escritura los lleva a ese tipo de retórica teológica. Retórica que de entrada resulta muy eficaz, pero que con el tiempo deja ver los estragos de su incoherencia en un contexto secularizado, que, interpretándolas en su sentido normal, las encuentra absurdas e insufribles.

[7] Expresión de P. Fernández Castelao, O transfondo da finito. A revelación na teoloxía de Paul Tillich, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2000.

[8] Cf. las acertadas observaciones de P. Ricoeur, Finitude et culpabilité. II La symbolique du mal, Paris 1960, 13-30.323-332.

[9] Teoloxía Sistemática II, Barcelona 1972, 146. A. Schweitzer afirma que esa empresa “representa la empresa más poderosa que jamás osó realizar la reflexión religiosa” (Geschichte der Leben-Jesu-Forschung, München-Hamburg 1976, 45).

[10] Cf. J. Greisch, L'âge herméneutique da raison, Paris 1985; C. Geffré, O cristianismo ante o risco da interpretación. Ensaios de hermenéutica teolóxica, Madrid 1984.

[11] Religion und kritisches Bewusstsein, Freiburg / München 1973, 90-91, 95-99, 105, 109, 118, 160.

[12] Cf. J. I. González Faus.- C. Domínguez Morano.- A. Torres Queiruga, Clérigos en debate, Ed. PPC, Madrid 1996.

[13] Tema que, a mi parecer, no está recibiendo toda la atención que merece. Me permito remitir a los capítulos IV-V de mi libro Recupera-la creación. Por unha relixión humanizadora, SEPT, Vigo 1996 (hay trad. castellana: Recuperar la creación. Por una religión humanizadora, Sal Terrae, Santander 1997; 3ª ed. 2001; y también portuguesa y alemana).

miércoles, 24 de enero de 2018

Gramsci: "Decir la verdad es siempre revolucionario"


La obra de Antonio Gramsci debe valorarse por su contribución a la causa liberadora de los pueblos en contra del capitalismo y a favor de la justicia y el cambio social. El día de su nacimiento es una buena ocasión para hacerlo.
Jaime Massardo* apunta que es probable que la primera vez que el nombre de Antonio Gramsci aparece en América Latina es en julio de 1921, cuando José Carlos Mariátegui La Chira, en el periódico El Tiempo de Lima, lo presentaba como de los dos más notables intelectuales del partido que dirigían el diario El Ordine Nuevo.
Era un artículo enviado un mes antes desde Roma, Italia, por el amauta José Carlos, en el que describía la situación de la prensa italiana, de entonces.
El filósofo, teórico, político y periodista italiano Antonio Gramsci nació en Ales, Cerdeña, un 22 de enero de 1891 y falleció el 27 de abril de 1937 luego de haber purgado una dura prisión por el régimen fascista de Benito Mussolini.
Mucho tiempo ha transcurrido desde entonces, pero los aportes teóricos sobre teoría política, sociología, antropología y lingüística de Gramsci son valorados no solo por los movimientos sociales de diverso origen sino que la investigación académica lo ubica como uno de los intelectuales más influyentes del Siglo XX.
Su contribución al análisis político del Estado moderno y el aporte de conceptos claves para entender el sistema del poder político contemporáneo resultan esenciales para analizar la crisis actual desde una perspectiva más integral, histórica e institucional.
Conceptos claves como el de la hegemonía y bloque hegemónico, crisis orgánica y contrahegemonía, el rol de la sociedad civil y de la sociedad política en el sistema de poder, la función de la cultura y la comunicación en el cambio social, son solo algunos de ellos, 
Creemos que el aniversario de su nacimiento, un 22 de enero, es ocasión siempre propicia para valorar y revalorar el aporte de Gramsci a la causa liberadora de los pueblos en contra del capitalismo y el fascismo, y a favor de un cambio con justicia social.
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* Jaime Massardo: "La recepción de Gramsci en América Latina: cuestiones de orden teórico y político". International Gramsci Society Newsletter Number 9 (March, 1999): electronic supplement 3.

Frases de Antonio Gramsci

El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.
 
Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda vuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo vuestro entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza.
 
La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados "orgánicos" infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios.
 
La cultura es cosa muy distinta. Es organización, disciplina del Yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes.
 
(...) El contenido de la prensa está influenciado por una idea: el servicio de la clase dominante, lo que inevitablemente se traduce en una cosa: luchar contra la clase trabajadora. De hecho, del primer al último renglón, el periódico burgués adopta y revela esta preocupación.
 
La opinión pública es el contenido político de la voluntad política pública que podría ser discordante: por eso existe la lucha por el monopolio de los órganos de la opinión pública: periódicos, partidos, parlamento, de modo que una sola fuerza modele la opinión y con ello la voluntad política nacional, convirtiendo a los disidentes en un polvillo individual e inorgánico.
Lo que se llama "opinión pública" está estrechamente vinculado con la hegemonía política, o sea que es el punto de contacto entre la "sociedad civil" y la "sociedad política", entre el consenso y la fuerza. El Estado, cuando quiere iniciar una acción poco popular, crea preventivamente la opinión pública adecuada, esto es, organiza y centraliza ciertos elementos de la sociedad civil.
 
El que una masa de hombres sea llevada a pensar coherentemente y de un modo unitario el presente real es un hecho "filosófico" mucho más importante y "original" que el redescubrimiento, por parte de algún "genio" filosófico, de una nueva verdad que se mantenga dentro del patrimonio de pequeños grupos intelectuales.
 
Estos son los días en que los periódicos se anuncian para captar suscriptores. Los directores de la prensa burguesa ordenan los aparadores, le dan brillo a su logotipo y buscan llamar la atención de los transeúntes (es decir, el lector) para vender su producto. El producto es ese pedazo de papel de cuatro o seis páginas que cada mañana y tarde pretende inyectar en el espíritu del lector el modo de percibir y juzgar los hechos de la actualidad política, mismos que convienen a los intereses de los productores y vendedores del papel impreso.
Crear una nueva cultura no significa hacer sólo individualmente descubrimientos originales, sino también, y especialmente, difundir críti­camente verdades ya descubiertas, socializarlas, por así decirlo, y por lo tanto convertirlas en base de acciones vitales, elementos de coordinación y de orden intelectual y social. Que una masa de hombres sea conducida a considerar unitariamente el presente real es un hecho filosóficamente mucho más importante y original que el hallazgo por parte de un genio filosófico de una nueva verdad que se conserve como patrimonio de pequeños grupos intelectuales
 
La indiferencia es el peso muerto de la historia.
 

Fuente: Servindi 

martes, 23 de enero de 2018

Miles de personas siguen dejando la vida en el mar rumbo a Europa.

Foto: Refugiada somalí en el desierto de Túnez. Crédito: IPS

Por Tharanga Yakupitiyage

IPS, 21 de enero, 2018.- Sigue siendo sumamente preocupante el número de personas que pierden la vida intentando cruzar el mar Mediterráneo rumbo a Europa. Este año ya se ahogaron unas 160, y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) urge a los países a ampliar la cuota de refugiados y solicitantes de asilo que reciben.

El flujo de refugiados y otros migrantes disminuye, pero todavía hay muchas personas que se embarcan en travesías peligrosas rumbo a Europa.

“Abogamos por un enfoque integral para hacer frente a los movimientos de migrantes y refugiados que se embarcan en travesías peligrosas por el desierto del Sahara y el mar Mediterráneo”, subrayó el portavoz de Acnur, William Spindler.

El lunes 8, la guardia costera rescató a 60 sobrevivientes y recuperó ocho cuerpos. Pero se teme que unas 50 personas, entre ellas 15 mujeres y seis niños, se hayan ahogado. Y el miércoles 10, una balsa inflable con 100 personas se hundió frente a las costas de Libia, el país de donde salen más personas en busca de mayor seguridad.

Unos 227.000 refugiados necesitan reubicarse en 15 países prioritarios para el asilo y el tránsito en la ruta del Mediterráneo, según las últimas estimaciones.

Acnur solicitó 40.000 plazas para reasentar refugiados y solicitantes de asilo, pero hasta ahora solo se han concedido 13.000.

“La mayoría de ellas pertenecen a programas globales de reasentamiento y solo unos pocos representan plazas adicionales”, precisó Spindler.

Tras conocerse las noticias de migrantes subastados y vivir en condiciones espantosas en centros de detención, tanto Acnur como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ayudaron a evacuar de Libia a unas 100 personas y reubicarlas en Níger.

Sin embargo, la Unión Europea (UE) mantiene su política de asistir a la Guardia Costera libia para interceptar y devolver migrantes encontrados en el mar Mediterráneo.

“El sufrimiento de los migrantes detenidos en Libia es un escándalo en la conciencia de la humanidad. Lo que ya era una situación grave se volvió catastrófica”, denunció el alto comisionado para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad al-Hussein. “La política de la UE es inhumana”, subrayó.

“No podemos ser testigos silenciosos de la esclavitud moderna, la violación y otro tipo de violencia sexual y de ejecuciones ilegales con el argumento de gestionar la migración y evitar que personas desesperadas y traumatizadas lleguen a las costas de Europa”, añadió.

Zeid Ra’ad al-Hussein también llamó a despenalizar la migración irregular para proteger los derechos humanos de las personas vulnerables.

Funcionarios de derechos humanos también criticaron el acuerdo entre la UE y Turquía para devolver a este país a las personas que ingresaron a Europa a través de las islas griegas. Muchos concluyeron que los solicitantes de asilo tampoco están mucho más seguros en territorio turco, pues Ankara tampoco concede el estatus de asilado o de refugiado a ciudadanos que no sean europeos.

Acnur pidió redoblar esfuerzos para fortalecer la capacidad de protección y los medios para ganarse la vida en los países que primero reciben solicitantes de asilo, para ofrecer alternativas más regulares y seguras a fin de dar seguridad a los refugiados mediante planes de reasentamiento o de reunificación familiar.

Además reclamó que se atiendan las causas de raíz de los actuales desplazamientos masivos de personas en situación de gran vulnerabilidad.

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Traducido por Verónica Firme
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IMPORTANTE: Esta nota ha sido reproducida previo acuerdo con la agencia de noticias IPS. En este sentido está prohibida su reproducción salvo acuerdo directo con la agencia IPS. Para este efecto dirigirse a: ventas@ipslatam.net

Fuente: servindi.org

lunes, 22 de enero de 2018

Patriarcado, Madre Tierra y feminismos.


Raúl Zibechi


Cuidar el medio ambiente o la Madre Tierra es cosa de mujeres, según un reciente estudio de la revista de divulgación Scientific American publicado a fines de diciembre, donde se destaca que las mujeres han superado a los hombres en el campo de la acción ambiental; en todos los grupos de edad y países(goo.gl/yW6U3v).

El artículo titulado Los hombres resisten el comportamiento verde como poco masculino, llega a esa conclusión luego de haber realizado una amplia encuesta entre 2 mil hombres y mujeres estadunidenses y chinos. El estudio afirma que para los varones actitudes tan elementales como utilizar bolsas de lona para hacer las compras en vez de las de plástico es considerado poco masculino.

El trabajo está enfocado en el marketing, con el objetivo de conseguir que los varones se sientan masculinos aún comprando artículos verdes, con lo que llega a conclusiones penosas como que los hombres que se sienten seguros en su hombría se sienten más cómodos comprando verde.

Sin embargo, consigue rastrear algunos comportamientos que permiten ir algo más allá, en el sentido de comprender cómo el patriarcado es una de las principales causas del deterioro ambiental del planeta. Donald Trump no es una excepción, al negar el cambio climático y alentar actitudes destructivas, desde las guerras hasta el consumismo.

Propongo tres miradas que pueden ser complementarias y que afectan al mundo de los varones, no para que adoptemos actitudes políticamente correctas (con sus dosis de cinismo y doble discurso), sino para aportar al proceso de emancipación colectiva de los pueblos.

La primera se relaciona con el capitalismo de guerra o acumulación por despojo/cuarta guerra mundial que sufrimos actualmente. Este viraje del sistema, que se ha acelerado en la última década, no sólo provoca más guerras y violencias sino un profundo cambio cultural: la proliferación de los machos alfa, desde los mandamases de los grandes y poderosos estados, hasta los machos altaneros de las barriadas que pretenden marcar sus territorios y, por supuesto, a sus dominados y, sobre todo, dominadas.

Sacar músculo geopolítico permite posicionarse en este periodo de decadencia del imperio hegemónico. Que se complementa con la aparición de infinidad de machitos alfa en los territorios de los sectores populares, donde narcos y paramilitares pretenden sustituir al cura, al comisario y al padre de familia en el control de la vida cotidiana de los de abajo.

La segunda mirada viene insinuada en el estudio citado, cuando concluye que las mujeres tienden a vivir un estilo de vida más ecológico, ya que desperdician menos, reciclan más y dejan una huella de carbono más pequeña (goo.gl/yW6U3v).

Esto se relaciona directamente con la reproducción, que es el punto ciego de las revoluciones, empeñadas en un productivismo a ultranza para, supuestamente, sobrepasar a los países capitalistas. La producción fabril y el obrero industrial han sido piezas centrales en la construcción del mundo nuevo, desde Marx en adelante. En paralelo, la reproducción y el papel de las mujeres han sido siempre desconsiderados.


No podemos combatir el capitalismo ni el patriarcado, ni cuidar del medio ambiente ni de nuestros hijos e hijas, sin instalarnos en la reproducción que es, precisamente, el cuidado de la vida. Entiendo que la reproducción puede ser también cuestión de varones, pero eso requiere una política explícita en esa dirección, como señalan las comandantas que convocan el encuentro de mujeres en el caracol Morelia.

Como dice el comunicado de convocatoria del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de las Mujeres que Luchan, los varones zapatistas se encargarán de la cocina y de limpiar y de lo que se necesite(goo.gl/MeFoUU).

¿Acaso esas tareas son menos revolucionarias que estar parado en un templete bajando línea (como decimos en el sur)? Nos dan menos visibilidad, pero son las tareas oscuras que hacen posible las grandes acciones. Para involucrarnos en la reproducción, los varones necesitamos un fuerte ejercicio para limitar nuestro ego, más aún si se trata de un ego revolucionario.

La tercera es quizá la más importante: ¿qué podemos aprender los varones heterosexuales y de izquierda de los movimientos feministas y de mujeres?

Lo primero sería reconocer que las mujeres avanzaron mucho más que nosotros en las últimas décadas. O sea, ser un poco más humildes, escuchar, preguntar, aprender a hacernos a un lado, a guardar silencio para que se escuchen otras voces. Una de las cuestiones que podemos aprender es cómo ellas se han puesto de pie sin vanguardias ni aparatos jerárquicos, sin comités centrales y sin necesidad de ocupar el gobierno estatal.

¿Cómo lo hicieron? Pues organizándose entre ellas, entre iguales. Trabajando al patriarca interior: al padre, al dirigente bien hablado, al caudillo. Esto es bien interesante, porque las mujeres que luchan no están reproduciendo los mismos roles que combaten, ya que no se trata de sustituir un opresor por una opresora, ni un opresor de derecha por un opresor de izquierda. Por eso digo que avanzaron mucho.

La segunda cuestión que podemos aprender es que la política, en grande, en escenarios bien iluminados y mediáticos, con programas, estrategias y discursos grandilocuentes, no es más que la reproducción del sistema dominante. Ellas han politizado la vida cotidiana, el cocinar, la cocina, el cuidar a los hijos e hijas, las artes de tejer y de sanar, entre tantas otras. Creer que todo esto es poco importante, que existen jerarquías entre unas y otras dimensiones, es similar a seguir buscando machos alfa que nos emancipen.

Seguramente hay muchas otras cuestiones que podemos aprender de los movimientos de mujeres, que ignoro o que aún debemos descubrir. Lo que importa no es tener la respuesta ya preparada, sino tallarnos en sencillez y humildad para aprender de este maravilloso movimiento de mujeres que está cambiando el mundo.


domingo, 21 de enero de 2018

Chile: Aprueban proyecto para crear Ministerio de Pueblos Indígenas.

Fuente: Interpatagonia.com

El 22 de enero es la fecha límite para cumplir con las indicaciones del proyecto para crear el Consejo Nacional y los Consejos de Pueblos Indígenas de Chile.

Con la finalidad de reformar la institucionalidad indígena, diseñar y ejecutar políticas públicas en beneficio a los pueblos originarios, se aprobó el proyecto de ley para la creación del Ministerio de Pueblos Indígenas en Chile.

La Sala del Senado chileno aprobó el proyecto con 103 votos a favor. Marcos Barraza, ministro de Desarrollo Social, enfatizó sobre la importancia de los pueblos indígenas y su reconocimiento constitucional.

“Este proyecto de ley se concreta gracias a los estándares que nuestro país ha ratificado gradualmente, y a propósito del Convenio 169 de la OIT, el cual nos permite realizar una formulación legislativa de este tipo (…) La Consulta Indígena y los acuerdos que desde allí emanan son centrales para legitimar este proyecto de ley”, señaló el ministro.

El senado fijó el 8 de marzo como fecha límite para la realización de indicaciones específicas para el proyecto de ley y el 22 de enero será el plazo para cumplir con las indicaciones del proyecto que crea el Consejo Nacional y los Consejos de Pueblos Indígenas.
Sobre los pueblos indígenas

El 9 por ciento de la población chilena pertenece a uno de los nueve pueblos indígenas existentes en este país, según la encuesta realizada por Casen 2015.

Fuente: Servindi